martes, 1 de julio de 2008

Estética

En primer lugar se puede hablar de una estética naturalista en la que la elección de la cámara con steady, cosa que se puede afirmar porque se percibe un leve movimiento de la cámara propio del uso de steady, es quizás para dar la sensación de incomodidad que siente el personaje.

Lo que más se destaca en El Nido Vacío es la Fotografía, a cargo de Hugo Colace. En esta se utiliza mucho los colores cálidos, que en cierta forma hace recordar a lo que dice en el libro y luego escribe Leonardo en sus anotaciones “los 36 colores del desierto”. Predomina el amarillo y colores arena, y aparece en todo momento el rojo, que se ve en casi todas las escenas, ya sea por el libro, por el avión, el pañuelo de Violeta o pequeños elementos también de este color. En el momento en que se van a Israel esto continúa, los tonos se vuelven más amarillos y marrones, y siguen apareciendo elementos rojos como el avión y el libro que aparecen nuevamente, los sillones de playa, etc. En el instante en que la sensación de incomodidad del personaje cambia, también cambia el color, introduciéndonos en un Mar Muerto muy turquesa que transmite exactamente la sensación de paz que siente el personaje al espectador. Luego, como volviendo a la realidad se hace un plano general mostrando también parte de arena para luego volver a llevar tanto al personaje como al espectador a la realidad, que vuelve a ser de colores cálidos y nuevamente rojizos cuando vuelve a la escena del principio.

La escenografía en general es realista, acorde a la actualidad, ya que la historia se sitúa en nuestros tiempos en la Ciudad de Buenos Aires.

Los interiores son más bien recargados y con colores cálidos, salvo el consultorio de la odontóloga que resulta ser blanco y minimalista pero conforme a lo que sería uno real, además que para el personaje resulta como una salida, un escape de todo aquello que lo abruma.

Los exteriores, por ejemplo el parque donde salen a correr y la calle resultan ser como los interiores, recargados, hay muchas cosas de varios colores, concentración de gente, autos, etc. que contrastan con espacios como el descampado donde vuela el avión o el desierto que son más o menos del mismo tono de color bastante uniforme.

El maquillaje, realizado por Araceli Farace, refleja también esta naturalidad que se trata de lograr en toda la película, para que el espectador perciba que se trata de un film en el que se puede identificar con el personaje sin problemas ya que el tema del nido vacío es algo por lo que todos pasaron, pasan o tendrán que pasar y no es un mero tema de ficción. La vestimenta, a cargo de Roberta Pesci, es casual, de uso diario, salvo el caso de la escena del shopping en la que aparecen varias mujeres con pilotos de lluvia de varios colores cosa q no es usual y que resulta tan artificial conforme a la escena que, al igual que otras que se pueden encontrar en la película, tiene un grado de comicidad y absurdo, como sucede con la escena del equipaje en la que Martha luego de comunicarse en hebreo hace una danza típica, como si perteneciera a esa cultura. Estas escenas junto con las del ascensor en las que Leonardo se ve con Violeta, la odontóloga, son escenas apartes son para mostrar lo que el personaje está pensando, por lo que sería un pensamiento dentro de otro.

El montaje, a cargo de Alejandro Brodersohn, al principio parece ser un lineal, pero al final, al darnos cuenta de que en cierto punto todo era imaginación del personaje, se “vuelve” a ese punto para continuar con la historia.

Juan Ferro al encargarse del sonido, trata de lograr algo bastante real, pero más bien como lo sentiría el personaje de Leonardo. Por momentos se deja de escuchar el murmullo de la gente, pero es para hacer más notable la sensación de agobio del personaje que necesita escaparse: cuando mira a Violeta en el restaurante o cuando saca la cabeza a través de la ventana en su casa, dejándose de oír las voces y dando lugar a música en el primer caso y un suave ruido de calle en el otro.

En todo momento la música es muy suave. Nicolás Cota elige música instrumental todas las veces, salvo cuando van a Israel que aparece una música de fondo de Jorge Drexler que continúa con esta suavidad. En el caso de la escena del shopping aparece una banda, pero tocando el Bolero de Ravel que si bien no deja tan tranquilo al espectador, por ir subiendo en intensidad y creando tensión, no irrumpe con la línea del resto de las músicas.

La actuación de Oscar Martínez, que interpreta el papel de Leonardo, se destaca por sobre los demás, siendo muy natural y haciendo creer al espectador que en verdad está sintiendo la melancolía y angustia que siente el personaje y que son propias de este síndrome. Tal como es característica de Burman, que intenta demostrar su sensibilidad para plasmar aspectos arquetípicos de la psicología masculina, Martínez logra mostrar un hombre fóbico y antisocial que no solo atraviesa la crisis de la mediana edad, sino también un bloqueo profesional, la rivalidad con el yerno, los celos y la atracción por una joven con la que empieza a vivir una fantasía. Cecilia Roth, que realiza el papel de Martha, no se queda atrás con toques de energía y impuso que caracterizan al personaje y que acompaña muy bien al personaje de Leonardo y que a su vez muestra la otra cara del síndrome, ya que ella al verse sin sus hijos trata de distraerse en lugar de encerrarse, de hacer todo lo que alguna vez quiso y que le quedó pendiente en vez de resignarse.

Todo esto ayuda a construir ese realismo casi costumbrista que destaca a Burman, y a pesar de que en este caso se plantean personajes y situaciones que pertenecen a la imaginación del protagonista pero que muy bien podrían pertenecer a la realidad.